KNOTFEST volvió a Colombia: Días del futuro pasado

Texto: Joel Cruz

Foto por Sergio Garzón para Hummingbird Press

 

Puede que al público colombiano le siga siendo difícil sondear las novedades que el rock mundial ofrece, así que arriesgarse a la opción de adaptar en los escenarios del país carteles de festivales inmensos que incluyan nombres con una popularidad voluminosa, pero con un trayecto en las grandes ligas menor a los cinco años de existencia, es todavía una larga caminata sobre las «arenas movedizas» de los espectáculos a gran escala; especialmente para los empresarios locales, responsables de llevar sobre sus hombros el peso económico y el resultado final (éxito o fracaso) de tal proeza.  

Lo cierto es, que el temperamento del rockstar criollo reluce en todos sus escenarios posibles cuando las palabras metal y tradición se cruzan (para bien o para mal). El heavy metal (y todas las corrientes que se desprende de su árbol con cuero y taches) se caractericen por contar con la fanaticada más fiel, en comparación a otros sonidos de esencia menos profunda y, por lo tanto, pasajera. Pero también, siendo claros, el seguidor metalero está tan aferrado a las agrupaciones que generacionalmente han pasado por sus oídos, a un nivel semejante del hincha del balompié o hasta los feligreses de su camino religioso. Para resumirlo, somos amantes de conservar tradiciones más por un sentido infinito de pertenencia que por alguna otra preocupación mayormente significativa.

Foto por Knotfest Colombia (tomada de su espacio oficial)

 

No dominamos la perseverancia, no aprendemos de nuestros errores históricos; somos poco diestros para atender los escenarios vanguardistas más allá de nuestras fronteras, pero ¡así somos! y ese afán por quedarnos con un fragmento nostálgico de un género musical que sigue tan firme después de medio siglo de longevidad nos trajo una vez más a Knotfest, evento de la agrupación Slipknot, ilustres enmascarados pero ausentes en la versión colombiana y con cuantiosos detractores declarados en las filas del radicalismo; curiosamente los mismos que se sintieron atraídos en gran parte, por su cartel citado en el occidente de Bogotá, específicamente en el complejo El Campín.  

De este modo, la profunda estela de bandas que nos han marcado en alcobas forradas de afiches, tiendas de discos, bares, tertulias de licor barato en parque, videoclips y otros escenarios que merezcan nombrarse, dejó su huella más onda sobre las frenéticas cabezas de casi 19000 personas disfrutaron los shows en sus tres escenarios. Colombia, una nación tropical y hostil para la música de los cuernos arriba, dejó en claro que sí tiene un público para festivales de este estilo (importa que el espectador en cuestión pague por la entrada para disfrutar del show y no afecta si baila reguetón borracho en las fiestas populares). Allá cada quien cómo defiende su postura de «maldito (a)» con las amistades en Facebook mientras sucumbe ante las farras decembrinas Ad Infinitum. 

Por si las dudas, el regreso de Knotfest al país, aunque con anécdotas agridulces, fue el concierto (o el conjunto de conciertos) que sacó el pecho y la cara por Colombia, en lo que refiere a un festival con más de dos artistas internacionales de prestigio masivo. No olvidemos que 2022 fue el retorno tras el letargo de la pandemia y con lo que ello implicó, con una agenda de recitales para nada despreciables (entre ellos Guns N’ Roses, KISS, Gojira), sin mencionar lo que viene a la vuelta de la esquina para el 2023 (Mötley Crüe + Def Leppard, Monsters Of Rock, Bogotá Metal Fest o Tattoo Music Fest, por ejemplo).

Después de las aventuras acontecidas en el certamen mexicano Hell & Heaven, el equipo Hummingbird Press emprendió camino hacia el Carnaval Oscuro durante el pasado nueve de diciembre. ¿Cómo nos fue en el recorrido? Sigan leyendo, aquí les contamos algo de lo sucedido, en una versión muy fan de quien ofrece a ustedes las siguientes palabras... 

Foto por Knotfest Colombia (tomada de su espacio oficial)

 

Como amo de la oscuridad, permanezco en sus mentes: La flama de Templa In Cinere 

Una de las inclusiones más efectivas en el cartel fue el black metal de Templa In Cinere, formados en 2016. El grupo aprovechó para entonar sus lúgubres cánticos al interior del Movistar Arena. Con su presentación se sentó un precedente, expresado en algunas conclusiones: 

La primera, no todo el ambiente del show sería de euforia y saltos, pues también las atmósferas sombrías teñirían un capítulo importante ante la puesta del sol. Por otro lado, la franquicia hizo buen uso de su vitrina para darle visibilidad a una propuesta que está destacando sobre las tarimas bogotanas por su nivel de trabajo y creatividad, aun cuando el horario para exponer su música fue el menos favorable para esta clase de situaciones. Con todo, la llama que incinera los templos que se erigen en favor de lo monótono y de todo aquello que hace al metal simplista, anticuado y presa de lo irrisorio, brilló y se convirtió en el presagio de los sucesos estelares que ocuparían el recinto horas después.

Foto por Angie Meza Awad para Knotfest Colombia

 

Cuesta creerlo, pero hay otra vida después de los hermanos Cavalera: Sepultura 

Tal vez le haya valido bastantes años de ensayo/error a la legendaria banda brasilera encontrar un camino que no precisamente estuviera emparentado con su pasado, por lo menos en su discografía más reciente; pero al fin lo logró y aunque fueron  Arise, Dead Embryonic Sells, Territory o Propaganda los temas responsables de encender los ánimos de la tarde en el Knot Stage, Sepultura (hay que admitirlo), pasa por un momento de madurez interesante.

Foto por Knotfest Colombia (tomada de su espacio oficial)

 

Muchos congregados estuvieron frente a sus integrantes para evocar esas canciones que marcaron una época dorada, pero otros cuantos también se dieron la cita en el lugar para observar y escuchar detenidamente a un veterano grupo que ha sabido virar por el camino culebrero de las estrellas headbangers que un día son alabadas y al otro, por la pasión irracional de quienes los han elevado al pedestal de rockstars, les ignoran al intentar crear algo diferente.

Con el pasar de los años, Derrick Green, Eloy Casagrande, Paulo Jr y el guitarrista Andreas Kisser se ven, oyen y sienten más compactos respecto a un largo tiempo atrás, proyectando a un Sepultura sincero, que respeta todo lo que su nombre significa en la historia del metal, pero que no se esconde cobardemente dentro del baúl de los recuerdos.

 

Venom: El Diablo se ubica en un trono digno de su majestuosidad 

Dos detalles fueron determinantes en la nueva visita de la agrupación responsable de bautizar la tendencia sonora que glorifica el sentimiento blasfemo sobre todo lo terrenal:  

En primera instancia, Cronos pudo ser observado con una imponente cabellera roja y un bajo de la misma tonalidad. Un color fuerte, para hervir la sangre, como solamente ellos pudieron hacerlo ante miles de almas que no se perdieron sus movimientos, aún si sus edades no superaran los 20 años de edad o, por el contrario, su vasta experiencia en la old school les trajera una nueva óptica de su aura speed (nunca se es demasiado joven o viejo para el rock, no lo olviden).

Foto por Sergio Garzón para Hummingbird Press

 

Percibir a Venom más de una vez es algo magnífico, pero si para ustedes (al igual que yo) este espectáculo fue el primero en sus vidas, vivir el flashback de un Black Metal cuyo álbum cumple nada más ni nada menos que 40 años de haberse publicado por primera vez, es algo que nos acompañará hasta la muerte misma (si, palabras emotivas). Transmitiendo adrenalina a los espectadores mediante himnos en la onda de Bloodlust, Welcome To Hell, Countess Bathory, Don´t Burn The Witch o la siempre pesada Warhead,  el trío nacido en Newcastle confirmó nuevamente cuál es esa alquimia que hace posible que lo primigenio suene asombroso; desde luego, orquestado desde las manos correctas, por encima inclusive de las desafortunadas opiniones alguna vez emitidas por su fundador acerca del metal moderno. Pero eso es «harina de otro costal», como dicen por ahí. 

No se pueden obviar las fallas de sonido, pudo ser un recital mucho mejor, pero sin ser conformista y tomándome el atrevimiento por primera vez de expresar una palabrota en Hummingbird Press: ¡Jueputa es Venom!, con una fórmula inmutable de lo que ha significado su nombre desde 1978. Corría el reloj: Knotfest estaba siendo una realidad, se hallaba llevando más alto su punto de ebullición. Uniendo las aguas de un mar rojo, separando lo tradicional que fue polémico en sus días y, asimismo, de lo que fuere ayer innovador y que en nuestros días ha envejecido bastante bien.

Foto por Sergio Garzón para Hummingbird Press

 

Samael: Pasaje al más allá, al universo de lo ignoto, a la bóveda de lo absoluto  

Si Venom fue transgresor para sus años gloriosos, los pies me llevarían directo a los suizos Samael, también (a su manera) maestros en llevar los lindes de los sonidos envolventes a esferas más amplias (y extrañas). Desde mediados de la década noventera, fueron autores de uno de los cismas más polémicos del black metal ortodoxo en su momento. Respetados actualmente por ser pioneros del claustro underground de la élite europea, pero también por no temerle a los cambios radicales en la cultura extrema, llevan más de 25 años sin parar de sorprender en los festivales mundiales con una exquisitez marcada por una base industrial, al punto de lograr una autenticidad imposible de ignorar por muchos de sus colegas y seguidores de esta música en el globo.

Foto por Sergio Garzón para Hummingbird Press

 

El público criollo, si bien ya había tenido la oportunidad de verlos antes, fue igualmente testigo de su presentación dedicada al álbum Passage, trayendo a colación una pieza de 1996, la cual ya se proyectaba desde aquella época con melodías creadas por máquinas modernas. Más que una honra a sus cicatrices dejadas por el paso del tiempo, homenajear el disco con portada de la luna fue el manifiesto del cuarteto a un verdadero espíritu inquietamente filosófico, tal como sus letras lo han continuado demostrando en su propia escala evolutiva.

Foto por Sergio Garzón para Hummingbird Press

 

Por supuesto, el Samael del siglo XXI ha estado tantos años dirigido a construir el apocalipsis distópico del mañana, que su presente le roba bastante eternidad a todas las cuestiones complejas existentes a nuestro alrededor. Momentos especiales del show: The Ones Who Came Before (me acordé con nudo en la garganta cuando solía ver su versión del DVD Metal Mania 2003) y la siempre famosa Baphomets Throne.

 

Pantera: Un tributo que ‘reinventa el acero y reafirma la memoria de la dupla Abbott

A estas alturas de la vida, había aceptado cualquier improbabilidad de ver en directo algo que emulara al legado Pantera (no fue con el espectáculo que más me conecté, pero su magnetismo con el público Knotfest salió de todo pronóstico, en honor a la verdad). La expectativa por ver el tributo más fiel a la banda que marcó la generación de muchos se desbordó en una combinación extraña de cierto escepticismo que se fue al piso y una solemne nostalgia por la presencia de media formación original, junto a dos músicos de ligas mayores que respetaron los puestos de sus antecesores hasta la saciedad (Zakk Wylde y Charlie Benante).

Foto por Sergio Garzón para Hummingbird Press

 

Por muy divididas que estén las opiniones sobre qué es o no Pantera en la era moderna... ¡el experimento funcionó perfectamente!, pues tanto el set de canciones como la calidad del ensamble hicieron el rol de una batuta, la cual lideró una histeria colectiva en episodios como Cowboys From Hell, 5 Minutes Alone o This Love. Aunque en realidad, todo el catálogo de los norteamericanos siempre estuvo marcando «picos muy altos», por lo que hubo de hecho una euforia que cada persona vivió a su modo particular, (en mi caso, se llamó Becoming).

Foto por Sergio Garzón para Hummingbird Press

 

Si bien, desde el festival Hell & Heaven ya nos habían contado que Pantera sorprendería a los rockeros colombianos, no nos dañaron ninguna sorpresa y así fue:  

Momento de respeto y de pie a la memoria de Dimebag Darrell y Vinnie Paul, cerebros y corazones del groove metal. El cover «maestro de ceremonia» fue Planet Caravan de los dioses Black Sabbath, en un lenguaje universal que condensa todo lo que significa esta música. Una creación de identidad a la que varios le han apostado desde la rebeldía de juventud temprana, otorgándoles madurez, actitud y gallardía para ser algo más que entes de carne y hueso ante las decepciones de todo lo que nos involucra en el plano terrenal.

El lunar de la historia sin duda, lo dio el diagnóstico positivo de Covid-19 para el bajista Rex Brown, lo que le hizo tomar distancia de la entrega Knotfest para Chile y el resto de sus compromisos, marchándose a un forzado descanso hogareño. Por fortuna, sabemos que está en recuperación y pese a que la versión actual de Pantera solo cuente con Phil Anselmo (¡qué vozarrón para emular los clásicos!) como miembro original, la cosa parece que continuará magníficamente...

Foto por Sergio Garzón para Hummingbird Press

 

Hypocrisy: Abducidos por el destino, el infierno se desató sobre Bogotá

Si quieren arrebatarle algo de lo místico al haber disfrutado bandas de una u otra predilección, este fue el momento... ¡el maldito momento! Uno de los puntos más acertados de la organización Knotfest consistió en ubicar el evento dentro de la capital, solucionando en gran parte los problemas de desplazamiento para los asistentes al evento. Sin embargo, varios testimonios post concierto coinciden en la dificultad del traslado hacia el interior del complejo El Campín, justamente desde el Knot y el Carnaval Stage hasta las instalaciones del Movistar Arena ¡y cuánta razón tienen! Esto entorpeció mi perspectiva de Hypocrisy, una deuda personal con quien les escribe y remontado a los 16 años de edad, cuando la música de Peter Tägtgren llegó a su vida para jamás irse.

 

Foto por Sergio Garzón para Hummingbird Press

 

Abriéndose paso, se sintió la ráfaga de Fire In The Sky, track 6 del ya legendario Into The Abyss del 2000, pero que escuché un año después, justo en el declive de las Torres Gemelas, cuando la humanidad se consumía en un abismo de mierda. Sin saber todavía si estamos sumidos en él, no fueron pocos (me incluyo) que hallábamos algo de consuelo en la iconografía extraterrestre de estos monstruos escandinavos. La efervescencia tomaría protagonismo con Eraser (sí, «quemada» hasta el hartazgo en los cafetines de ropas oscuras y cabellos largos del conglomerado citadino, pero igual magnífca), el primitivismo de Impotent God, ese gancho adictivo del Penetralia, y las novedades con Chemical Whore y Children Of The Gray.

Foto por Sergio Garzón para Hummingbird Press

 

Fractured Millenium, aunque mi señal obligada para abandonar el escenario fue la clave de reencuentros con una esencia muy propia, así haya tenido que conformarme con el posterior registro de Roswell 47. Un nombre hecho desde «los años de upa» solo puede descargar poder en los headbangers que estaban esperando su show sobre cualquier otro, o bueno, casi (por ahí Judas estaba tosiendo en medio de naves espaciales y apogeos). Aunque no encontré demasiadas complicaciones de sonido desde mi lugar, entiendo las quejas generales, pues algo revelaron los videos captados de esta presentación. En el pasado siempre pedí mi revancha con Hypocrisy; creo que ahora los motivos para exigirla de nuevo tienen más peso.

 

El heavy metal es mi dios y Judas Priest es mi pastor 

Knotfest, un concepto de festival que une generaciones. Una experiencia donde todos y cada uno de sus visitantes son exactamente lo que quieren ser. Un cúmulo de experiencias donde la vigencia por y para la música es diversa, pero que en el momento indicado se torna tan homogénea como la pasión que nos guía hacia un instante perfecto. La trascendencia del heavy metal como vehículo que nos lleva a rincones mayormente estrafalarios de lo que nuestras inquietudes sonoras nos vienen mostrando desde una adolescencia bulliciosa; desde la añoranza de la exclusividad y ser parte de una aventura singular sobre el suelo que pisamos.

Ser rockero en Colombia, pero de tiempo completo. No de aquél que usa un disfraz uno, dos o tres días al año, incumpliéndole cita al Halloween, sino de aquél que respira la música por encima de las vanidades instagramer, las melenas frondosas de comercial actuado por venerable ex reina de belleza y las bases de datos wikipedianas. Rockero colombiano de verdad, que ha lidiado con las contrariedades de donde nació y creció para buscar una sustancia más sólida de lo que su realidad le ha entregado y le ha intentado imponer como una forma única de recorrer la vida. De eso se trata todo esto, a fin de cuentas. 

La misma existencia está llena de circunstancias que a la larga, se terminan enlazando. Si tenemos la suficiente capacidad de observar y llevarnos lo mejor de ellas, nos permiten crecer, incluso cuando estemos atrapados entre negativismos y paradigmas imposibles de vencer; porque el heavy metal es la banda sonora de un camino abrupto, polvoriento y salvaje al que siempre debemos domar sin mirar atrás. Porque un profeta que lo ha sabido interpretar a través de sus bodas de oro se llama Judas Priest, agrupación abiertamente mercantil en la industria que tanto se critica con estridencia metalera, pero que a la hora de la verdad se mantiene dura como el acero británico, frente a las modas y los mercenarios de teclado que abdican de su pose ruda para ir tras las enaguas de una «vida madura».

Foto por Sergio Garzón para Hummingbird Press

 

Durante años, el vocalista Rob Halford ha sido un transgresor de las cabelleras sedosas y los prejuicios machistas, manteniendo a flote a los metal gods, fieles a la tradición del género que ayudaron a edificar en una vieja, bombardeada y gris ciudad inglesa desde los tempranos años 70. También leales a la impetuosidad de las guitarras gemelas, las cuales de manera colectiva sus autores les han dado forma históricamente y sus hoy intérpretes perpetúan para que el eco de este Sacerdote de Judas siga haciendo temblar la tierra, mientras le hace quite a los gajes de la longevidad.

Foto por Sergio Garzón para Hummingbird Press

 

Judas Priest en concierto siempre será como la primera vez, y una primera vez desde que, como humanidad, nos vimos obligados a las privaciones de una pandemia. En un testimonio que merece las interminables palabras de una vivencia a ritmo cardiaco, aprovecho para saludar a quienes se llenaron de vitalidad por percibir shows no mencionados aquí (y desde luego, a la apología del museo Slipknot). Knotfest es un encuentro de rock en su extensión latente y aun siendo una travesía tan imperfecta (como la vida de un rockero consagrado), es una suerte de Olimpo para quienes hemos decidido tomar a esta bestia por sus cuernos arriba en serio y tras el agotamiento del cuerpo, mantenemos arriba la ansiedad del alma, contando los meses y días sobre cómo viviremos aquella próxima vez que el júbilo de la música extrema se apodere de nuestro sistema nervioso nuevamente...

Foto por Sergio Garzón para Hummingbird Press

Aquí la galería completa de imágenes del evento